Maniobras de distracción

Más allá del Negrón/ La pandemia mata a 12,000 personas en un mes y las calles se incendian… por unas canciones de rap

Juan Carlos Laviana

Los últimos días han sido pródigos en titulares estremecedores. Sobre la pandemia, hemos podido leer que, sólo en las cuatro semanas que van del 15 de enero al 16 de febrero, el coronavirus ha matado en España a 12.665 personas. Esta escalofriante cifra es superior a la de los fallecidos durante el pasado mes de marzo, en el momento más crítico.

En cuanto a asuntos pecuniarios, pero igualmente acuciantes, hemos tenido conocimiento de que la economía española se contrajo el último año un 11 por ciento, lo que supone el mayor desplome desde la Guerra Civil. También se nos ha informado de que la deuda pública de España alcanzaba proporciones equivalentes a la deuda contraída tras la pérdida de Cuba en 1898, otra de la fechas negras de nuestra historia. Y no parece que vaya a corregirse, dado que la tasa de desempleo se ha disparado de tal manera que nunca antes el Estado había tenido que gastar tanto en pagar subvenciones, ya sean a los parados o a los afectados por los ERTE,

Pero aún hay más datos indicativos del drama que sufrimos. “Desde la Guerra Civil España no perdía tanta esperanza de vida”. Y un último titular: “Las secuelas ‘invisibles’ de la pandemia podrían seguir dañando a la salud y la economía durante ‘décadas’. Décadas. Y nosotros pensando en desescalar. A ver si para Semana Santa, o si para el puente de mayo o si, como tarde, para el verano. Resulta comprensible que muchos quieran mirar para otro lado. Es humano.

Quienes no debieran mirar para otro lado son los que tienen en sus manos el destino del país. En la semana que conocíamos estas alarmantes noticias, ¿han oído alguna reacción al respecto de un político? ¿Alguno ha propuesto una medida para modificar la tendencia de esas implacables cifras? ¿O alguno ha dicho que se va a estudiar el éxito de la estrategia en Asia y Oceanía? Si alguien lo ha hecho, yo no me he enterado.

El gran debate político de los últimos días no ha sido la pandemia y sus devastadores consecuencias. No. La preocupación de la mayoría de nuestros políticos nacionales y los grandes debates se ha centrado en asuntos bien distintos. Se ha discutido mucho sobre la “calidad” de nuestra democracia, Y mucho más aún sobre por qué se le daba diferente trato a una joven “fascista y socialista” convertida en estrella de las redes que al rapero Pablo Hasél.

La polémica acabó en la calle con violentísimos altercados en gran parte del país. Es la España que cerró 2020 con un paro juvenil del 40 por ciento. La España en la que se caen dos aviones cada día (forma gráfica de hacerse a la idea del número de muertos por el virus). Pero lo que les preocupa a esos jóvenes antisistema,y a algunos políticos que los jalean desde el sistema, es la suerte de un rapero que incita al maltrato de la mujer, al odio y a la violencia.

¿Qué ha pasado aquí? ¿En qué momento perdimos la perspectiva de lo que es importante y lo que no? ¿Cómo es posible que hayamos distorsionado la realidad? ¿Cómo puede preocuparnos más una banalidad que una tragedia para la que se nos empiezan a acabar los referentes históricos?  

Los esfuerzos dedicados a esas fruslerías los restamos de la lucha contra la pandemia. El debate político debiera estar centrado en lo esencial. ¿Cómo avanza el proceso de vacunación? ¿Es el orden elegido el adecuado? ¿No debería haber un proceso centralizado en vez de dejarlo en manos de cada autonomía? ¿Qué pasará con los países del tercer mundo que no tienen recursos para pagarse la vacuna? ¿No deberíamos estar implantando ya el pasaporte –antes cartilla- de vacunación? Por no hablar del eterno debate sin resolver: ¿Relajación o confinamiento más duro?

Todas estas cuestiones y muchas más están pendientes de respuesta. Sin embargo en el orden del día de la mayoría de nuestros políticos no parecen tener prioridad. No hace falta pecar de conspiranoico para saber que en política las maniobras de distracción son práctica habitual. No hay más que ver la precipitada decisión de Pablo Casado de abandonar la sede de Génova para emboscar sus reveses. No sería de  extrañar que estuviéramos ante una nueva cortina de humo. ¿A quién beneficia poner la atención en el rapero Hasél y no en la gestión de la pandemia? A los ciudadanos, no.

(Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 25 de febrero de 2021)

Menem, el populista que quiso convertir el peronismo en liberalismo

Fue presidente de Argentina entre 1989 y 1999, década en la que privatizó grandes empresas y dinamitó el estado del bienestar

Juan Carlos Laviana 14 febrero, 2021 19:52

Pocos políticos han alcanzado la gloria de que el tiempo de su mandato se conozca por su nombre. Carlos Menem ostentaba el récord de permanencia en el poder de un presidente constitucional argentino: diez años. Años que van de 1989 a 1999, periodo que en Argentina se conoce como el «menemismo». Desgraciadamente, ese tiempo se recuerda como una época nefasta para el país, en la que el estado de bienestar fue dinamitado y la corrupción adquirió forma de gangsterismo. 

El joven Menem vio por primera vez al general Perón y a Evita en el año 1951 cuando viajó a Buenos Aires para disputar un trofeo de baloncesto universitario. Se quedó fascinado por aquellas personalidades arrolladoras y se convirtió de inmediato al justicialismo. Pero, como recuerda hoy un diario bonaerense, el joven Menem no sabía en ese momento que el destino le tenía guardado pasar a la historia como “el demoledor de la justicia social y la soberanía económica” que le había deslumbrado en su juventud. Consiguió, según el periódico Página 12, lo que ni siquiera las dictaduras más antiperonistas habían conseguido.

Cuando Menem llega al poder en 1989, se encuentra una Argentina asolada por una inflación sin precedentes. En contra de lo que sus votantes esperaban de él, adopta unas políticas ultraliberales. En poco tiempo, la tendencia inflacionista cambió de dirección, el producto nacional creció de forma ostensible y la renta per cápita de los argentinos alcanzó niveles desconocidos. En realidad, era un espejismo. Fue lo que los argentinos dieron en llamar “la gran fiesta de los ricos”

El nuevo presidente peronista había recurrido a una privatización devastadora de las grandes empresas del país para obtener réditos inmediatos. Aerolíneas, eléctricas, petroleras, comunicaciones, altos hornos, ferrocarriles… Todo, absolutamente todo, fue vendido a precios irrisorios. La otra cara de la moneda no tardó en dejarse ver. Las multinacionales que se habían hecho cargo de las grandes compañías estatales iniciaron una oleada de despidos masivos. Los contratos laborales cada vez eran más precarios. El paro se disparó, la asistencia social desapareció y la conflictividad social estalló en las calles.

Un obituario aparecido en la prensa argentina califica a Menem como “el hombre que nació para una cosa, pero hizo la opuesta”. Y así fue desde su nacimiento. La familia de Menem, en realidad se llamaba Menehem, pero el funcionario de aduanas simplificó el apellido. Era hijo de emigrantes sirios musulmanes suníes. Conservó la fe de sus padres durante sus años jóvenes hasta que las leyes argentinas le obligaron a convertirse al catolicismo para aspirar a la presidencia.

El destino le tenía guardado pasar a la historia como “el demoledor de la justicia social y la soberanía económica”

Se convirtió en cabecilla revolucionario de la muy combativa región de La Rioja. De líder local justicialista llegó a ser gobernador. Fue peronista sin Perón, cuando la mayoría de los militantes abandonó al líder, exiliado en España. Su fidelidad no le impidió granjearse a los enemigos del fundador del justicialismo. “Animal político, con la picardía y la astucia del zorro”, como fue descrito, siempre supo nadar entre dos aguas.

En 1964 decidió buscar sus raíces musulmanas y viajó a la ciudad siria de Yabrud, donde conoció a Zulema Yoma, que se convertiría en su esposa y sería la madre de sus hijos, Zulemita y Carlos Jr. Mujeriego confeso, logró convencer a todo el mundo de que esta vez sentaría la cabeza. 

Fue de los pocos elegidos en 1972 acompañó a Perón en el vuelo Madrid-Buenos Aires, el regreso ya poco triunfal de un líder en su ocaso. Estaba convencido de que él podía ser el sucesor. Su fidelidad le llevó incluso a alinearse con Isabelita en la guerra civil del partido por suceder al gran líder. 

El golpe militar lo llevó a la cárcel. Cuentan que los militares esperaban de él una feroz resistencia, pero los recibió con cortesía, saludó uno por uno a los captores y se dejó conducir a prisión. Transcurridos dos años, fue puesto en libertad bajo vigilancia en la casa de una familia de La Plata. El conquistador Menem se enamoró de la hija de la casa con la que tuvo un hijo que nunca reconoció. El pleito por la paternidad le siguió hasta 2003, cuando la madre que había llegado a ser diputada se suicidó.

Aprovechó su libertad vigilada para dar rienda suelta a otra de sus debilidades, codearse con la farándula. Fue entonces cuando se hizo amigo del boxeador Carlos Monzón y de algunas de las actrices más reputadas de la Argentina de entonces. Acabada la dictadura, viajó a España. Quería el beneplácito de Isabelita, pero esta ni siquiera le recibió. Según los analistas, fue una forma de transmitirle que Perón nunca había confiado en él.

La negativa de la heredera oficial del peronismo no le desanimó y lanzó su carrera hacia la Casa Rosada. En la presidencia, mantuvo sus actitudes extravagantes -no se limitaban a las patillas, la melena y el poncho de gaucho-, en forma declaraciones tan extemporáneas como cuando amenazó con bombardear Washington DC, si Estados Unidos atacaba a su amigo Gadafi.

Aprovechó su libertad vigilada para dar rienda suelta a otra de sus debilidades, codearse con la farándula

Se le acusó de haber financiado su campaña con dinero procedente de Siria y Libia. Pero traicionó a sus amigos árabes cuando decidió apoyar al presidente Bush y enviar barcos argentinos a la primera guerra del Golfo.

Algunos analistas llegaron a relacionar esa traición con el brutal atentado a la embajada israelí en Buenos Aires, en el que murieron 22 personas y varios centenares resultaron heridas. Y también atribuían el mismo motivo al accidente que costó la vida a su propio hijo cuando se estrelló el helicóptero en el que viajaba. 

Su esposa Zulema aseguró siempre que se había tratado de un atentado, del que Menem era el directo responsable por sus sucios negocios con sanguinarios dictadores. Tras la trágica muerte de su hijo, abandonó a su marido.

En el debe de Menem también se encuentra el indulto a los altos mandos de la dictadura, condenados por atrocidades contra la población civil. No sólo los perdonó, sino que además paralizó todos los intentos de nuevas investigaciones.

Menem, maestro de líderes populistas, consiguió mantener unidas las diferentes facciones del peronismo, pese a su manifiesta traición a los principios del justicialismo. Supo arreglárselas para convencer a los argentinos de que su entrega al neoliberalismo era lo que el país necesitaba. De hecho, consiguió ser elegido en 1995. 

Pero ya no pudo engañar mucho más tiempos a su país, hay quien se sostiene que llegó a casarse, ya en su vejez con una joven Miss y presentadora de televisión para ganarse el afecto popular. Tras ser apeado del poder en 1999, en 2003 intentó la reelección. Sin embargo, tuvo que retirarse al ver que una nueva figura emergente, Néstor Kirchner, estaba a punto de arrollarlo en la segunda vuelta. 

“Síganme, no los voy a defraudar”, «Argentina, levántate y anda» o «A los tibios los vomita Dios”, son frases utilizadas por Menem utilizadas en sus campañas y que dan idea de su carácter populista. Eso sí, hay que reconocerle que durante diez años logró engañar a los argentinos y que fue el único presidente democrático que lo hizo durante tanto tiempo.

Carlos Saúl Menem nació en Anillaco (Provincia de La Rioja, Argentina) el 2 de julio de 1930 y murió en Buenos Aires el 14 de febrero de 2021 a los 90 años. Casado y divorciado por dos veces, deja tres hijos.

(Artículo publicado en EL ESPAÑOL)

Francisco Luzón, el banquero que supo sacar valor de la enfermedad

Juan Carlos Laviana 17 febrero, 2021 15:21

En España sabemos mucho más de la ELA desde que el banquero de éxito Francisco Luzón anunció en 2016 que tres años atrás había sido diagnosticado. Sabemos que la esperanza de vida es de unos cinco años, unos pocos más con cuidados especiales, como en su caso. Sabemos que el proceso de deterioro es vertiginoso. Y lo sabemos porque lo hemos visto en él paso a paso. Desde que su hija, camino de un partido de fútbol, notó que su padre hablaba raro hasta el día de su muerte, a la que llegó tras haber perdido la movilidad, el habla y hasta la respiración.

Fueron necesarios tres años de peregrinaje por los hospitales más prestigiosos de todo el mundo para encontrar un diagnóstico. Y otro año y medio para asimilar la condena a una tortuosa y agónica enfermedad conducente a una muerte segura. A partir de ahí, todos sus esfuerzos se centraron en conseguir fondos para la investigación, para la búsqueda de una cura, para facilitar la vida a otros enfermos con menos recursos y en disfrutar cada día de la vida. Porque, según él, se puede disfrutar de la vida aún en esas circunstancias. «Dedico a pensar en la muerte cinco minutos al día, ni uno más», respondía cuando le preguntaban por el seguro final. Su actitud ante la enfermedad hará que su nombre quede unido para siempre al de la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) y al valor para afrontarla.

Antes, el nombre de Francisco Luzón formaba parte de la reciente historia financiera de España. Hijo de una familia campesina, emigrada a Barakaldo, consiguió estudiar la carrera de Económicas con una beca. Empezó su vida profesional desde lo más bajo del escalafón en el Banco Vizcaya, Quince años después, ya participó de forma decisiva en la fusión con el Banco de Bilbao y en la creación del gigante BBV. El ministro Solchaga lo llamó para sustituir a Miguel Boyer al frente del Banco Exterior de España, banco público vinculado al PSOE. Y sería él quien liderara la exitosa fusión de varias entidades públicas hasta crear el conglomerado Argentaria.

Detonante de la enfermedad

Emilio Botín lo fichó como adjunto para, con él de mano derecha, modernizar el banco. Contribuyó a ampliar la entidad con múltiples fusiones y la implantó en toda Latinoamérica. Un viaje conjunto, colegas y amigos, que duró quince años. En 2013, un todavía muy joven Luzón sorprendió con una jubilación anticipada, que le supuso una indemnización bruta de 65 millones de euros. Luego contaría sus desencuentros con Botín, la «falta de palabra» del banquero cántabro, la «traición del amigo», que aquella gran decepción acabaría por ser el detonante de su enfermedad.

En su libro El viaje es la recompensa (La Esfera de los libros), cuenta con detalle el desencuentro con su gran amigo, su cómplice y compañero. «CuandoEmilio Botín me llevó al límite en noviembre de 2011 y yo me negué a aceptar su propuesta para seguir siendo yo mismo -escribe-, se rompieron algunas de mis neuronas. Aquella mañana mi boca se quedó sin salivaAl levantarme de la silla, tras la dura conversación que mantuvimos cara a cara, me rompí. Ya no respiré igual. Allí empezó todo«.

La ELA da la cara

Luzón asumió que con la jubilación empezaba una nueva etapa. Tenía muchos motivos para disfrutar de la vida, Acababa de casarse en segundas nupcias con María José Arregui, una mujer de 58 años a la que había conocido como propietaria de la academia brasileña donde los empleados del banco recibían clases de portugués. Su actividad era frenética. Había dejado el banco, pero no de trabajar.

Seguía perteneciendo a numerosos consejos de administración, asesoraba a empresas, participaba en proyectos de formación de jóvenes directivos, incluso llegó a ser vicepresidente de la Biblioteca Nacional. Hasta que sólo 20 meses después de su jubilación, la ELA dio la cara y ofreció sus primeros síntomas.

En 2016 toma la decisión de hacer pública su enfermedad. Y al mismo tiempo, ayudado por su gran apoyo, su mujer María José, anuncia la creación de la Fundación Francisco Luzón, «el mayor reto transformador de mi vida, una fundación que ayude a encontrar una cura a esta terrible enfermedad, uniendo a todos los agentes que deben estar implicados en la misma». Los cinco años que van desde ese momento hasta su muerte, dedicó todas sus fuerzas -muchas más de las que aparentaba- a luchar contra la enfermedad en privado, como paciente, y en público como gran activista.

No dejó de sonreír

El mal avanzó de forma vertiginosa. Tenía que comunicarse a través de una tableta en la que tecleaba con la mirada. Llegó un momento en que no podía mover ni un solo músculo, Dejó de respirar sin la ayuda del ventilador. Una grúa le movía entre la cama y el sofá. Pero no decae o al menos no lo deja traslucir. «Felizmente puede sonreír -declara su esposa en una entrevista en El País-. Lo hace y mantiene el brillo en sus ojos y la profundidad de su mirada. Y menos mal que sonríe y que sus ojos siguen vivos».

Tanto Francisco como su mujer se dan cuenta de que, pese a todo, son unos privilegiados. «Lo que determina la supervivencia de alguien con esta enfermedad –explicaba María José- es la capacidad económica, es así de triste y así de duro (…) Nuestra situación económica permite que mi marido esté atendido por cuidadores y profesionales las 24 horas del día. No todos los enfermos de ELA disponen de estas capacidades». Y ese va a ser el trabajo de la Fundación, que disponer de medios que suponen años de vida no dependa de la economía de cada uno. Y es que, como buen banquero, Luzón siempre defendió la importancia del dinero. «El dinero es como el estiércol: de nada sirve si no se esparce», llegó a asegurar rememorando sus orígenes campesinos.

Amar y soñar

El banquero dijo que nunca se había planteado la eutanasia, pero que respetaba a los enfermos que optaban por esa salida. «Creo en Dios -manifestó en una entrevista-. Me parece que el cosmos y la vida sin él no tienen sentido. Cada mañana agradezco a Dios el nuevo día. (…) La vida es amor. No como, no hablo, no huelo, no me muevo, pero amo y sueño. Amaré la vida hasta el último segundo.

Probablemente sea el propio Francisco Luzón quien mejor se haya definido a sí mismo. Cuando recibió el premio León de EL ESPAÑOL en 2019, explicó que se consideraba una persona que había dedicado toda su vida la creación de valor, transformando la realidad y devolviendo a la sociedad parte de lo que le ha dado. Con su ejemplo y su Fundación la realidad, sin duda, es diferente.

Francisco Luzón López nació el 1 de enero de 1948 en El Cañavate (Cuenca) y murió el 17 de febrero de 2021 en Madrid a los 73 años. Estaba casado con María José Arregui. Deja tres hijos -Estíbaliz, Iratxe y Fran- y dos nietos.

(Artículo publicado en El Español)

General Galindo, azote de ETA y jefe militar de los GAL

Gracias a él se desarticularon 278 comandos y fueron detenidos 1.700 terroristas, pero su carrera se vio enfangada por sus métodos

Juan Carlos Laviana 13 febrero, 2021 21:00

El exgeneral de la Guardia Civil, Enrique Rodríguez Galindo, ha fallecido este sábado a los 82 años de edad a causa de la Covid-19. Durante los quince años que estuvo al frente del cuartel de Intxaurrundo en San Sebastián Galindo fue el enemigo número uno ETA. Desde la primera línea de batalla de la lucha sin cuartel contra la banda terrorista, gracias a sus expeditivos métodos de vigilancia y de investigación, fueron desarticulados 278 comandos y detenidos 1.700 terroristas. Su efectividad le valió ascensos meteóricos en el escalafón de la Guardia Civil y un sinfín de condecoraciones que lucía orgulloso en su solapa.

Lo tenía todo para haber sido el gran héroe en la lucha contra el mayor enemigo de la democracia española. Pero su carrera y sus méritos se vieron no solo ensombrecidos, sino enfangados, cuando se airearon sus métodos poco ortodoxos. El general Galindo –para los etarras y sus seguidores, la encarnación del terror policial- asumió que el fin justificaba los medios.

Según se puede leer en la sentencia que recoge su condena, el suyo era «un caso de perversión de los medios en atención a los fines». Consideraba que cualquier atajo era válido para contener aquella sangría provocada por el terrorismo. Cien de sus hombres, cien guardias del fuerte que era Intxaurrundo, fueron asesinados por los terroristas. Una placa recuerda hoy sus nombres a la entrada del cuartel.

El «caso Lasa y Zabala» dejó al descubierto las torturas
que se practicaban en el cuartel de Intxaurrondo.

Intxaurrondo, la imponente fortaleza desde la que se dirigía la lucha antiterrorista, una ciudad dentro de una ciudad, que se autoabastecía, que acogía a cientos de jóvenes que llegaban de toda España para hacer frente a la gran amenaza, se convirtió en un auténtico símbolo para los habitantes de San Sebastián.

Para los guardias civiles novatos, instruidos en disimular su acento, en cómo relacionarse con los ciudadanos, en cómo explorar a todas horas los bajos del coche, era el único lugar en el que se sentían seguros. Para los donostiarras, en cambio, se convirtió en el objeto de todo tipo de habladurías sobre terribles torturas, crueldades inimaginables, en una especie de misterioso castillo kafkiano.

Lo que hasta entonces solo habían sido rumores se demostró verdadero cuando los periodistas del diario El Mundo, encabezados por Melchor Miralles, comenzaron a investigar y a dejar al descubierto la trama de los GAL. El llamado «caso Lasa y Zabala» fue el detonante que demostró lo que ocurría de puertas adentro en el cuartel.

La historia comienza en 1985 con el descubrimiento de unos restos humanos en la localidad de Busot (Alicante), muy lejos del País Vasco. Los huesos no pudieron ser identificados, dado su deterioro, hasta 1995, cuando se determinó que los correspondían a José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, desaparecidos en 1983.

Víctimas de los GAL

Ellos fueron las primeras víctimas del terrorismo de Estado de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Se trataba de dos miembros muy jóvenes de ETA, con apenas 18 años. Habían sido secuestrados en Bayona (Francia) y trasladados al cuartel de Intxaurrondo por orden del entonces comandante Galindo. De ahí, desplazados al palacio Cumbre de San Sebastián, una señorial villa pública utilizada por la policía, donde serían cruelmente torturados.

Hasta tal punto estaban desfigurados los dos jóvenes, que se decidió hacerlos desaparecer. Galindo encargó la misión a dos guardias civiles, que los remataron y los enterraron en cal viva, de ahí la dificultad para su reconocimiento. 

El general fue condenado a 75 años de cárcel, de los que
sólo cumpliría cinco por motivos de salud.

Las investigaciones periodísticas demostraron que Galindo ejercía la máxima autoridad militar de lo que se dio en llamar «el gal verde», el brazo armado de toda una trama de políticos, que iba de gobernadores civiles, como Julen Elorriaga, a ministros del Interior, como José Barrionuevo, pasando por secretarios de Estado, como Rafael Vera.

El héroe Galindo pasó a ser un apestado cuando en 2000 fue condenado a 75 años de cárcel -por secuestro, torturas y asesinato-, de los que sólo cumpliría cinco. En septiembre de 2004, y tras serle varias veces denegada la concesión del tercer grado, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias permitió a Galindo que cumpliera su condena fuera de la cárcel dada la grave enfermedad cardiovascular que padecía y su avanzada edad. También perdió su empleo y su grado.

Acababa así una carrera brillante, de un hijo del cuerpo que había dedicado su vida, desde los 18, años a la Guardia Civil. Que se había preocupado por estudiar en la Academia Militar de Zaragoza. Que se había presentado voluntario para destinos tan exóticos como la vieja colonia de Guinea. Y que un traslado como guardia de Tráfico le sirvió para conocer Guipúzcoa y el mundo en el que arraigaba el terrorismo. Esta experiencia cambiaría su vida para siempre. Se quedó fascinado por la labor que desempeñaban allí sus compañeros y decidió que aquel era su destino, que aquella era su lucha. 

Cúpula militar de ETA

Sus éxitos fueron notables. Además de los mencionados, a él se debe el mayor golpe atestado a la cúpula militar de ETA. Bajo su mando, y gracias a su obsesiva búsqueda de información, el 29 de marzo de 1992 caía en la localidad francesa de Bidart la hidra de múltiples cabezas en que se había convertido la cúpula de la serpiente terrorista, y que había sido bautizada oficialmente como «Colectivo Artapalo». 

Participó como intermediario en los intentos de
negociación con ETA de los gobiernos de Felipe
González.

Galindo era conocido por tratar de tú a tú a los dirigentes de ETA. Se vanagloriaba de conocerlos muy bien. Ese conocimiento le sirvió para participar en diferentes conversaciones mantenidas con los líderes de la banda por parte de los gobiernos socialistas en la década de los 80. Él facilitó contactos con mediadores en el propio País Vasco e incluso el diálogo directo en Andorra con el entonces cabecilla Domingo Iturbe Abasolo, Txomin,  

Al poco de conocerse la sentencia condenatoria en abril de 2000, sus compañeros de armas le agasajaron con una cena homenaje. Pero, en cuanto ingresó en prisión, los mandos de la Benemérita y sus camaradas de los GAL pronto se olvidaron de él y solo recibía las visitas de sus familiares y algunos amigos íntimos.

En la cárcel, según contaría la periodista Cristina López Schlichting en un reportaje en El Mundoentretenía su tiempo haciendo crucigramas y resolviendo desafíos psicológicos. Allí también completó sus conocimientos de informática y se dedicó a sus lecturas favoritas, best-sellers de Grisham o Follet, libros de Historia y algunos ensayos sobre ETA.

Su familia llegó a recoger cien mil firmas solicitando su indulto, pero fueron rechazadas. Incluso llevaron su caso al Tribunal de Estrasburgo. Pero el general nunca mostró el menor entusiasmo por los recursos judiciales. Asumió su destino en la cárcel Después de cinco años, repartidos entre una prisión militar y una civil, el fallecido José Luis Alonso, ministro del Interior, decidió indultarle en 2004, amparándose en la mala salud del ex general.

El general estaba convencido de que la crueldad de los
etarras justificaba usar sus misma armas.

Galindo y sus cómplices olvidaron, según puede leerse en la sentencia condenatoria, que el Estado debe defenderse del terrorismo, por supuesto, pero sólo «desde el respeto a los valores que defienden el Estado de Derecho». El general no opinaba o mismo, creía que la crueldad de los etarras justificaba usar sus mismas armas. De hecho, no llegó a mostrar el menor signo de arrepentimiento. «Asumo la condena como un servicio a mi país y a mi patria –afirmó-, nunca he hecho otra cosa».

Enrique Rodríguez Galindo nació en Granada el 5 de febrero de 1939 y murió el 13 de febrero de 2021 a los 82 años. Deja mujer, tres hijos y dos hijas.

(Artículo publicado en EL ESPAÑOL)

Necesitamos unas negritas

Más allá del Negrón/ Documentales sobre Umbral y Leguineche recuerdan que el periodismo precisa reinventarse continuamente

Juan Carlos Laviana

Fotograma del documental Anatomía de un dandy.

Fotograma del documental Anatomía de un dandy.

Por azares del destino, coinciden los estrenos de sendos documentales sobre Francisco Umbral (Filmin y unos pocos cines) y sobre Manuel Leguineche  (TVE).  Si añadimos el aún fresco centenario de Miguel Delibes, padre periodístico de los dos anteriores, tendremos el trío completo de los mejores periodistas, cada uno en su especialidad, de la segunda mitad del siglo XX.

La coincidencia provoca, de forma inevitable, una reflexión sobre un periodismo, el actual, en crisis crónica y muy necesitado de ideas. De las historias de los colosos tenemos mucho que aprender. No es solo nostalgia. No es que ellos tuvieran la fortuna de ejercer en la edad dorada del periodismo.  O del “periodismo del pelotazo”, como lo han bautizado con menos delicadeza una nueva generación empeñada en demostrar cada día que el periodismo nació con ellos.

Umbral, Leguineche y Delibes no lo tuvieron fácil ni nadaron en la abundancia. En absoluto. Vivieron bajo una asfixiante dictadura que controlaba la mayoría de los medios, pelearon contra la censura inflexible, pasaron penalidades, pero, pese a todo, los  tres innovaron de forma decisiva el oficio que eligieron. Si nosotros nos enfrentamos a una traumática transición, ellos hicieron su propia transición, no menos traumática,  de un periodismo bajo la bota a un periodismo libre.

En la película «Anatomía de un dandy», se oye a Umbral contar que cuando Juan Luis Cebrián le llamó para escribir en la última página de «El País», le pidió que se inventara algo nuevo. Y Umbral se inventó las negritas. En realidad, copió las versalitas de Alfonso Sánchez, gran cronista de sociedad y popular crítico de cine que recordarán los más viejos. El invento de las negritas de Umbral fue una revolución en el periodismo. Esa aparente fruslería tipográfica provocó que cientos de miles de personas compraran el periódico para ver a quién masacraba o glorificaba Umbral con sus negritas.

El hecho de que Umbral fuera un fanfarrón, un egoísta, un machista, un pesetero, un mal compañero, lo que usted quiera, no resta un ápice a su mérito.  Fue un genio literario que revolucionó el columnismo. Aún se le sigue imitando con escaso éxito, ya que su estilo era tan personal que copiarlo es poco menos que una misión imposible. Una oferta millonaria, unida al malestar que había creado en la redacción de «El País», facilitó el cambio de cabecera. El narcisista Umbral llegó a exigir al director que los artículos de Rosa Montero o Manuel Vicent –dos muy buenos amigos suyos- no aparecieran en la última página, que quería exclusivamente para él.

También se puede escuchar en la película a Umbral desvelando los detalles de su fichaje por parte de Pedro J. Ramírez, primero para «Diario 16» y luego para «El Mundo».  Umbral preguntó al director  por qué tenía que escribir  los siete días de la semana y no podía escribir  solo dos o tres. Y Ramírez le contestó, siempre según el imaginativo escritor, que resultaba imprescindible que escribiera a diario, porque sus columnas eran una droga que los lectores necesitaban todas las mañanas, y su obligación era dársela para que siguieran comprando masivamente el periódico.

El documental de Umbral –al igual que el de Leguineche- provoca un enorme desconsuelo al periodista de hoy. ¿Cómo hemos podido cambiar tanto? ¿En qué momento nos dejamos arrebatar nuestro papel esencial en la sociedad? ¿Cuándo  dejamos de suministrar a nuestros lectores la dosis de la medicina que les es imprescindible? Deberíamos preguntarnos cada día, como preguntó Cebrián a Umbral,  qué podemos inventarnos.  ¿Dónde están nuestras negritas, nuestras apasionadas crónicas de  guerra, nuestras sabias tribunas literarias de lo cotidiano? En suma,  ¿dónde están los Umbral, los Leguineche y los Delibes de hoy?  Probablemente aún sean muy jóvenes o no les hayamos dejado asomar la cabeza.  Hace cuarenta años, ni nos imaginábamos que unas simples negritas podían revolucionar un oficio.

(Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 18 de febrero de 2021)

Alberto Oliart, el ministro que combatió el golpismo y metió a España en la OTAN

Juan Carlos Laviana (Publicado el 13 febrero, 2021 a las 14:38 en EL ESPAÑOL)

En la larga trayectoria de Alberto Oliart, destaca su labor como ministro de Defensa de la UCD. Con más habilidad que firmeza se enfrentó a un Ejército aún anclado en el franquismo. Tras el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, el nuevo presidente Calvo-Sotelo le puso al frente del ministerio más comprometido en aquel momento, del que dependía el Ejército.

Lo primero que hizo Oliart, tras asumir el cargo en el que sucedió a Agustín Rodríguez-Sahagún, fue reunirse uno por uno con los capitanes generales, para que le dieran su versión de lo ocurrido el 23-F. Lo que oyó de boca de los mandos militares no fue muy alentador. A pesar del fracaso del golpe, la mayoría de ellos hubieran dado por buena la llamada solución Armada. Es decir, la de un gobierno provisional presidido por el general. No sólo eso, sino que, además, como relataría el propio Oliart años después, los mandos militares «buscaban limitar muchísimo las autonomías, los sindicatos, ilegalizar el PCE, (…) reponer la pena de muerte (…) y erradicar el desorden público en la calle».

Ese era el Ejército con el que le tocaba lidiar. El juicio de Campamento, conocido así por celebrarse en unos barracones de esa zona de la Casa de Campo, sería la primera prueba de fuego en el pulso del nuevo ministro con los militares. Sólo un año después del golpe, los 33 implicados se sentaron en el banquillo. El clima era de máxima tensión. Los acusados provocaban continuos desórdenes y no paraban de protestar.

Por su parte, uno de los principales encausados, el general Milans del Bosch hacía lo que le venía en gana y llegó a abandonar la sala sin el permiso del tribunal. Incluso exigieron, y consiguieron, la expulsión de la sala de Pedro J. Ramírez, director entonces de Diario 16, por un reportaje que no fue de su gusto. Más que un juicio tenía el aspecto de una farsa.

Elevó las penas de los golpistas

El ministro se vio obligado a intervenir. En una medida valiente, decidió cambiar al presidente del tribunal militar. Se dijo entonces que las provocaciones de los golpistas habían llevado al magistrado un estado de ánimo que le impedía poner orden. El nuevo presidente consiguió detener los desmanes de los acusados que utilizaban el juicio para desprestigiar la democracia. En junio, el tribunal emitió una sentencia con penas benevolentes para los imputados.

Hasta tal punto que, por ejemplo, sólo condenó a 6 años de prisión al general Armada y a otros 11 acusados, a penas tan ínfimas que pudieron seguir en el Ejército. Oliart, recogiendo el malestar popular y enfrentándose a los mandos, ordenó a la Fiscalía que recurriera la sentencia. El recurso consiguió elevar considerablemente las penas. En el caso de Armada pasó de seis a 30 años.

En aquellos momentos, Oliart se vio en una situación muy comprometida. Recibió críticas desde todos los frentes. Por un lado, se le acusó de ser demasiado complaciente con los altos mandos militares. Por otro, de defender con uñas y dientes al Rey y de intentar proteger al Monarca de cualquier duda sobre su papel en el golpe. Incluso se le acusó de favorecer, a la hora de conceder, ascensos a los golpistas frente a aquellos militares que defendieron abiertamente el orden constitucional.

Hay un dato importante y muy significativo de su personalidad. Oliart consideraba, como otros muchos, que la democracia se encontraba en grave peligro en aquellos momentos. Fue el único ministro de Leopodo Calvo-Sotelo que estaba a favor, y luchó por ello, de un gobierno de coalición con todos los partidos, excluyendo al PCE. Su intento fracasó, pero de haber triunfado, la historia reciente de España hubiera sido muy diferente.

Reformó el CESID

Una de las medidas más relevantes de Oliart fue la reorganización del CESID –hoy, CNI-, cuya eficacia y lealtad había quedado en entredicho al no detectar el golpe del 23-F. Nombró nuevo director al teniente coronel Emilio Alonso Manglano. El cambio de actitud del nuevo servicio de inteligencia quedaría de manifiesto sólo unos meses después.

La noche del 1 de octubre de 1982, Manglano se citó con el presidente Calvo-Sotelo, el ministro del Interior, Juan José Rosón, y el de Defensa, Alberto Oliart. En una reunión que se prolongó hasta la madrugada, el jefe de la Inteligencia fue detallando los pormenores de un golpe que estaba en marcha para el día 27 de este mes, víspera de las elecciones generales. Era el conocido como golpe de los coroneles.

Entre sus objetivos, se encontraba «neutralizar» al Rey y al presidente del Gobierno. Disponían de listas de personalidades relevantes, políticos, periodistas y militares contra los que se ordenaba actuar de forma «contundente». Según los expertos, el golpe estaba preparado de una forma muy profesional y hubiera resultado enormemente sangriento.

Oliart y los reunidos, después de una larga discusión, decidieron detener a los cabecillas. La decisión no era fácil, porque eran conscientes de que ese nuevo intento de golpe iba a ser decisivo en el resultado electoral de una ya agónica UCD. En cualquier caso, el ministro decidió darle la menor publicidad posible a la desarticulación de la trama militar para evitar que las detenciones caldearan aún más el ya muy crispado ambiente preelectoral.

Entrada en la OTAN

Otro acontecimiento histórico en el que Alberto Oliart fue decisivo es el ingreso de España en la OTAN. Como ministro de Defensa, defendió en el Congreso la intención del gobierno de Calvo-Sotelo de solicitar la adhesión a la Alianza militar, asunto que se consideraba esencial para convertir un Ejército mayoritariamente golpista en uno moderno y profesional. La oposición había tomado el asunto como bandera contra el Gobierno, en el Parlamento y en la calle. Se exigía cuando menos un referéndum. Pese a la fuerte contestación, Oliart llevó a cabo todos los trámites para el ingreso en la organización militar.

El 10 de junio de 1982, asistió, junto a Calvo Sotelo y el ministro de exteriores, José Pedro Pérez-Llorca, a la cumbre de la OTAN en su cuartel general de Bruselas, donde se izó por primera vez la bandera española. «Allí empezó –explicaría Oliart tiempo después – el cambio definitivo de la mentalidad de la Fuerza Armadas españolas».

Oliart también jugó un papel destacado, como diputado de UCD, en la negociación del Estatuto de Guernica con los nacionalistas vascos encabezados por Xabier Arzalluz. Fueron unas reuniones tensas, siempre a punto de romperse. A esa tensión contribuyó decisivamente un atentado en mitad de las conversaciones.

Un comando de ETA, del que formaba parte Arnaldo Otegi, hirió de gravedad al diputado centrista Gabriel Cisneros, al que intentaba secuestrar. Los terroristas siempre intentaban influir con las armas en las negociaciones que tenían que ver con el País Vasco.

Al frente de RTVE

Después de haber sido ministro de Industria y haber lidiado con la crisis del petróleo, de haber formado parte de la comisión que discutió los Pactos de la Moncloa, de comenzar la democratización del Ejército como ministro de Defensa, de ejercer de ministro de Sanidad, en 1982, tras la aplastante derrota de la UCD por el PSOE, abandonó la política.

Durante un tiempo estuvo dedicado a la escritura, y en especial a la poesía, a la que era muy aficionado. Llegó a ganar el Premio Comillas de Biografía por sus memorias Contra el olvido, en las que con una prosa brillante repasa su vida desde la niñez. Incluso volvió a su Extremadura natal para dedicarse a la cría de ganado.

Interrumpió su retiro público entre 2009 y 2011, tiempo en el que por acuerdo de PSOE y PP, presidió la Corporación de RTVE. A él se debe que TVE dejara de emitir publicidad y que, durante ese periodo, se convirtiera en líder de audiencia. Aunque, eso sí, recibió numerosas acusaciones por parte del PP de manipulación política de los informativos.

Fue acusado de corrupción al hacerse pública la firma de un contrato por parte de RTVE con la empresa de uno de sus hijos. Oliart presentó de inmediato la dimisión. Y más tarde se le llegó a calificar de víctima del 15-M, por el ambiente de vigilancia contra la corrupción que el movimiento de la Puerta del Sol había puesto en marcha.

***Alberto Carlos Oliart Saussol nació en Mérida en 1928 y murió en Madrid el 13 de febrero de 2021 a los 92 años. Estaba casado con Carmen de Torres Flores. Tuvo seis hijos, de los cuales dos murieron en accidente de tráfico. Su hija Isabel fue pareja del cantante Joaquín Sabina, con el que tuvo dos hijas.

Memoria y pandemia

Más allá del Negrón/ Los expertos sostienen que, una vez conseguido que los pacientes respiren, el siguiente paso es enfrentarse a las secuelas neurológicas

Juan Carlos Laviana

La pandemia no deja de sorprendernos. Me cuenta un amigo que un editor de Madrid ha estado muy grave a causa del coronavirus.  Estamos tan acostumbrados a recibir la fatídica noticia que ha dejado de asombrarnos. Ya se ha convertido en algo rutinario, que no sorprende. Los más de tres millones de casos y 80.000 muertos en España nos tienen que tocar necesariamente cerca. Es una mera cuestión  de probabilidades. Todos estamos rodeados de infectados si es que no lo somos nosotros mismos.

Esa trágica rutina se altera con algo que sí que empieza a sorprendernos, y mucho: algunas secuelas que deja esta peste salvaje, aún por domesticar. El editor de Madrid ha estado muy grave, ha pasado días críticos. Afortunadamente, ya le han dado el alta, pero la enfermedad no deja de acompañarle. El mal le ha endosado secuelas físicas muy alarmantes, entre ellas una severa tromboflebitis.  Y, lo que resulta aún más perturbador, secuelas psíquicas: ha perdido la memoria. No toda la memoria, sino la de un tiempo muy preciso, muy concreto. El editor se ha olvidado de 2020. Sí, el año entero se ha borrado de su cerebro. Recuerda perfectamente lo ocurrido en  2019 y antes. Recuerda también nítidamente estas primeras semanas que llevábamos de 2021. Pero, en su cabeza, 2020 no existió.

La laguna en la memoria del amigo editor se corresponde con el tiempo de pandemia. Se ha olvidado de todo lo que tiene que ver con la enfermedad: de las mascarillas, del confinamiento, de las terribles imágenes de las UCIs y de las morgues.  Del coronavirus sabe lo que ahora le van contando. En una interpretación pedestre, a cualquiera se le ocurre pensar que estamos ante lo que en las películas llaman amnesia por estrés postraumático. Parece que es un síntoma frecuente en algunos pacientes de Covid, aunque habitualmente no limitado a un periodo tan concreto. Las estimaciones médicas sostienen que  hasta ahora nos hemos estado preocupando de que los pacientes respiren, y que, a partir de ahora deberemos enfrentarnos a las secuelas neurológicas, “cada vez más aterradoras”, según los científicos.

La pandemia y la distorsión del tiempo parecen ir unidas. En un estudio realizado en el Reino Unido durante el confinamiento más férreo, el 80 por ciento de los encuestados asegura que en algún momento había visto alterado el sentido del tiempo. El problema está tan extendido que hasta se ha acuñado una denominación específica para la dificultad de determinar en qué día de la semana estamos: blursday  (día difuminado). De hecho, la palabra ha sido elegida por la Universidad de Oxford como uno de los vocablos que definen 2020. El diccionario Collins la define como «término humorístico para referirse al día de la semana que parece no diferenciarse mucho del día anterior». Es decir, lo que antes conocíamos como día de la marmota. O, aplicado al tráfago  turístico,  «Si hoy es martes, esto es Bélgica», recurriendo al título de la película.

A propósito del estudio británico, Rafael Román Caballero, investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Granada,  aseguraba la semana pasada en un artículo que «el lado más negativo de la distorsión del tiempo aparece con la depresión y la ansiedad». Y añadía que  «estos sentimientos generan un profundo malestar que motiva que la persona examine con frecuencia sus sensaciones y su evolución». Esa obsesión, según el profesor, provoca que las horas se nos hagan insufriblemente eternas.

El investigador recoge además la conclusión de un estudio realizado en Italia que concluye que la  COVID-19 debe ser considerada como «una nueva forma de estrés o experiencia traumática, con diferentes consecuencias psicopatológicas comparables con otros desastres naturales, como terremotos, tsunamis o guerras».

No es de extrañar que, como mecanismo de defensa, el cerebro del editor madrileño haya borrado el tiempo en que la enfermedad ha estado omnipresente entre nosotros. Y que además, en su caso particular, le llevó a debatirse entre la vida y la muerte en la UCI de un hospital madrileño. Ojalá que la pandemia le devuelva la memoria de ese año, por dolorosa que sea. Ojalá que todos recuperemos, de una u otra forma, ese año que se nos ha arrebatado. El tiempo es vida y, además, como decía Goethe, nuestro bien más preciado.

(Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 11 de febrero de 2021)

¿Es usted de izquierdas o de derechas?

Más allá del Negrón/ Unas palabras de una ministra sobre la homofobia en los barrios obreros reabre el debate

Juan Carlos Laviana

Una declaración de una notable ministra del Gobierno ha resucitado un viejo debate con muchas aristas. ¿Son las personas de izquierdas o de derechas por el mero hecho de vivir en un determinado barrio? ¿Son las personas más adineradas indefectiblemente más cultas que las pobres? ¿Son las personas con economía desahogada más sensibles a la discriminación por motivo de raza o sexo?

La ministra  escribía textualmente: «Claro que en los barrios obreros hay personas LGTB».  Que yo sepa, en ningún sitio está escrito que la sexualidad tenga que ver con la clase social. «Les pasa que no les alquilan un piso por ser lesbianas», explica.  Yo estaba convencido de que ese tipo de discriminación la ejercían los acomodados intransigentes, pero la ministra seguro que tiene estudios que demuestran lo contrario. «Que les dan una paliza por ser trans, que se burlan de ellos en el cole o en su curro», insiste. Resulta que  las palizas ya no solo las dan los violentos de la extrema derecha, sino también los obreros. Y finaliza la miembro del Gabinete: ¿Aún hay quien piensa que los derechos LGTBI son “simbólicos” y no materiales?». La verdad es que no acabo de entenderlo y tendría que consultar algún manual de Derecho. Y, como decía Umbral, ahora no me voy a levantar a mirarlo.

¿Alguien piensa que los habitantes de Vallecas, La Calzada o El Llano son más homófobos que los de Galapagar, Somió o Viesques? ¿Alguien cree que los niños del colegio Internacional de Meres son más tolerantes con los ahora llamados «diferentes» que los del Colegio Público de Tremañes? A mí, en la muy obrera escuela unitaria de Perlada, me dieron de lo lindo por gordo, cuatrojos y enclenque, pero dudo que hubiera corrido mejor suerte en un colegio pijo.

¿Acaso la ministra está sosteniendo que la riqueza material da la cultura y que cuanta más cultura, más de izquierdas se es? Porque si es así, si se aplica el criterio material, estaría diciendo que los barrios más ricos son de izquierdas y los más pobres de derechas. En suma, la ministra de Podemos estaría dándole la razón a Vox.

Aquí ya no se entiende nada. Esto es el mundo al revés. Hay líderes políticos que parecen no haberse enterado de que la división izquierda/derecha cada vez sirve para menos y, desde luego, ya poco depende de ser rico o pobre. No hay más que ver el caso del independentismo catalán. ¿Apoyar el procés es ser de derechas o de izquierdas? En el resto de España, se considera un movimiento de acomodados que no quieren ser solidarios con las regiones más pobres y, por tanto, de derechas, Entonces no se entiende por qué en todo el país quienes se muestran más comprensivos con los independentistas son los llamados, o considerados a sí mismos, partidos de izquierdas.

La escritora izquierdista norteamericana Amber A’Lee Frost lo explica muy claramente en un muy interesante artículo titulado «Por qué prefiero El Financial Times sobre el New York Times», que publica en español la revista Letras Libres. Sostiene que el Financial Times es decididamente capitalista y no disimula su ideología: el dinero. En cambio, según ella, el New York Times ha engañado a sus lectores haciendo pasar por progresistas movimientos como el #Metoo de las estrellas y las privilegiadas, olvidándose de las proletarias.

Según Frost, para que movimientos como el #Metoo fueran de verdad de izquierdas, habría que «incluir a mujeres que recogen tomates, trabajan en líneas de montaje, atienden mesas y limpian habitaciones de hotel». Y lo explica: «Un periodismo fuerte centrado en los trabajadores habría politizado el problema con demandas serias de políticas públicas y leyes laborales». Sin embargo, nos acusa a los periodistas por sólo habernos fijado en los nombres sonoros que para nada necesitan la ayuda de la prensa.

La ínclita ministra del Gobierno español, y tantos políticos como ella,  debieran abandonar el tópico de las izquierdas y de las derechas, de los barrios ricos y los barrios pobres, para intentar ser más precisos y para conectar de verdad con sus votantes. La izquierda se ha vuelto más cultural –más, chic, más divina, más caviar- que verdaderamente revolucionaria.

Juan Claudio de Ramón, uno de nuestros más clarividentes jóvenes columnistas lo explicaba a la perfección en un artículo de The Objetive. «Durante años me pregunté si yo era más de izquierdas o de derechas. La pregunta dejó de agobiarme al comprender que estaba mal formulada: presupone que sólo hay dos clases de personas». Y lo cierto es que hay tantas clases como personas. Es cierto que todo resultaba más simple cuando éramos de izquierdas o de derechas. Tal vez por eso nos empeñamos en vivir encasillados.

(Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 4 de febrero de 2021)